Guayacanal

William Ospina

Penguin Random House

253 páginas

Para todos los públicos

«Aquí la necesidad hizo que las gentes no tuvieran la opción de escoger dónde hacer sus ciudades: las alzaban donde lo permitía el diablo, y Manizales es una prueba de ello. (…) así como mis bisabuelos tuvieron que enamorarse del abismo, alzar sus casitas a merced de los vientos y de las tempestades en las gargantas del cañón, una arriba de la otra, escalonadas sobre los barrancos, así la ciudad que crecía detrás de los acantilados lluviosos fue también un invento del vértigo.» (1342, 1345)

La cordillera de los Andes, que cruza Sudamérica de norte a sur, se trifulca al llegar a Colombia. De ese punto, el nudo de los Pastos, surgen para el norte las tres cordilleras que albergan a la gran mayoría de la población colombiana.

La colonización de la cordillera occidental, estuvo a cargo de grupos de familias que viajaron desde Medellín hacia el sur en busca de tierras sin dueño en las que pudieran instalarse. El viaje implicaba dejar por tiempo indeterminado a los seres queridos, perder la comunicación, adentrarse en el monte abriendo trocha con la convicción de que más allá de lo conocido habría un terreno fértil que trabajar. Esta gesta, la colonización antioqueña, esparció la cultura paisa con su forma de hablar, sus valores, sus creencias, sus costumbres y hoy se conserva en los departamentos de la Gran Antioquia: Antioquia, Caldas, Risaralda, Quindío y parte del Tolima y del Valle del Cauca.

Mi familia también pasó por esas montañas del Tolima y Caldas. Quienes hemos viajado por la región, sabemos que es tierra de cuenteros, de familias grandes, de memorias, de apodos, de amor a Dios. En esos parajes de montañas, cada pueblo tiene sus propios personajes y su recuerdo pasa de generación en generación.

Leer Guayacanal es dar un paseo por aquellas tierras que huelen a café. Es pensar en las dificultades de quienes fundaron esa zona, primero desafiando los terrenos y las distancias, y luego enfrentando la violencia fratricida entre liberales y conservadores.

El libro nos recuerda cómo el café se convirtió en motor de la región, la loca idea de construir un cable elevado y de transportar en él carga y personas, las fincas, las historias sobre las guacas.

Ospina recupera parte de la historia de su familia y nos pasea por las vidas de sus parientes tendiendo una línea borrosa entre la realidad y la ficción. Así son las historias de nuestros antepasados, una mezcla de lo que sucedió, de lo que oímos, de lo que entendimos, de lo que idealizamos, de lo que nos hubiera gustado, de los secretos y del chisme que una y otra vez contamos.

Al compartirnos personajes reales, el origen de su propia historia, el autor ilustra el libro con fotografías antiguas de sus familiares. Esas fotos, sin color y con poca resolución, son las fotos de todas las familias paisas, aquellas que aún hoy se encuentran en nuestros cajones escritas por el reverso en letra azul, quizás incluso acompañadas de alguna carta doblada.

Buena parte de la población colombiana encontrará en Guayacanal recuerdos entrañables de las historias que contaban los abuelos, de los caminos polvorosos recorridos, de cafetales y platanares, de guayacanales, de hijos que no conocieron a sus padres y de padres que desconocieron a sus hijos.

Para quienes tenemos a nuestros ancestros en esas tierras, leer Guayacanal es revivir cuentos de la niñez; para quienes además estamos lejos, es también sonreír en la añoranza por los lugares lejanos. No exageró mi querido paisano el Dr Rodrigo Polanco cuando un día llamó de México a Maryland solo para recomendarme este libro. Al fin de cuentas, «Hay cosas que se hacen en un lugar para que se entiendan en otro» (2224).

De no olvidar*

«en aquellos tiempos los niños no se alimentaban de cuentos infantiles sino de relatos de misterio y de sangre.» (279)

«La selva había entrado en ese lugar de donde Dios se había ido» (300)

«En algún momento no me sentí mirando por mis ojos sino por los ojos de mis muertos». (525)

«De ese semillero de vidas sembradas en un suelo difícil, nació un modo de ser y nació un mundo.» (561)

«hace ciento treinta años no era necesario cruzar el mar para perder un mundo: también aquí en estas montañas el que se iba prácticamente se iba para siempre.» (825)

«Las familias están llenas de secretos sencillos o enredados que los propios no saben decir, pero es un alivio cuando alguien cercano los conoce y los cuenta.» (1092)

«Me conmovió que alguien sintiera todavía que en una casa caben, por pequeña que sea, todos los que caben en el corazón.» (1413)

«don Alejandro dijo en la plaza que a él no le interesaba irse a recorrer tierras lejanas porque en cualquier pueblo perdido estaban todas las cosas, todas las historias y todas las personas posibles. “Para qué buscar miles de rostros desconocidos si en este pueblo, que no tiene mil almas, viven personas que no se han visto nunca”.» (1827)

«una canción que hablaba de claveles y de huérfanos me azotaba como un látigo, y yo no quería oírla porque me exigía aceptar con resignación que las madres son mortales.» (1943)

«Como los niños, en ese tiempo la gente no fingía para las fotografías, por eso no hay sonrisas falsas ni gestos vanidosos. Por eso hay más noticias de la realidad en las fotos familiares de antes que en las de ahora.» (2083)

«Los hombres dejaban muchos hijos regados por el mundo y a veces encontraban en rostros desconocidos su vivo retrato.» (2098)

* los números en paréntesis corresponden a la ubicación en Kindle.

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